domingo, 13 de marzo de 2022

Chocolate y poesía

Hace ya semanas que te fuiste y todavía no había conseguido más que las dos primeras líneas de estas palabras. Tanto me chocó en el alma. Te vi en Navidad, a través de la pantalla del móvil. Creo que tú ya sabías que nos estábamos despidiendo. Pero yo no. Un trocito de mi infancia se ha ido contigo, también, tito. 



Sus manos, del color de la madera, vetadas, llenas siempre de cariños y de chocolates. 
Cuando éramos pequeños, no había ni un sólo día que no lo viésemos, sonriente con su gran alegría. Así es como lo recuerdo. Recuerdo que estaban siempre, siempre. A dos calles y una plaza de nuestra casita. 
El tito Rafael y la tata Sole. Y también, siempre, con mamá Juana de la Asunción. Pasito a pasito. Pequeños, disfrazados de carnaval, vestidos para la feria, de domingo, en la guarde, en el cole. En el poli. Mi adicción al chocolate empieza con él, estoy segura de eso. Me hace feliz pensar que me regalaba chocolate y sorpresas, que mi recuerdo siempre es chocolateado en él. 
En realidad no lo conocí mucho como persona. He amado su ser en el recuerdo, pero no sé qué cosas le gustaban, ni qué hobbies tenía. Cuando iba a Jerez, siempre me esforzaba para poder veros. Pero no formaba ni formo parte de la vida de mi familia. Por eso, tal vez, me choca, me atraviesa, me traspasa de una manera diferente, con tintes de nostalgia, con colores pastel y tristeza transversal, que me desdibuja los días en pensamientos que acaban en él. Me hubiese gustado abrazarle de nuevo. Me hubiese gustado que Jerez no representara desde hace años tanto sufrimiento en mi mente, en mis músculos cansados de conducir hacia el llanto. Me hubiese... Me gustaría que la historia no me estuviese mostrando que la vida está hecha de pérdidas, de grandes amores, de grandes despedidas. De duelos, de palabras de consuelo, de abrazos. 
Me gusta pensar en las tardes de verano y recordarte sentado en el campo, con tus ojos azules asomando tras las gafas opacas de color vainilla. La vida es eso, tito. Es también el amor incesante que siempre pensaste tal vez celoso, pero de una pureza tal... Cuando dos personas acaban de producir su familia, de criar, de acompañar. Y se tienen el uno al otro, con tiempo libre y con dolores, con nietos que cuidar. Estoy segura de que eso es ya otro nivel de amor. Por eso... Aún no he sido capaz de hablar con la tata. Tata Sola, que se queda ahora sin ti, cuántas carcajadas en tu nombre, cuanto sufrimiento ahogado en una hermana que siempre ríe. Tata, lo siento, lo siento mucho, que estas letras sirvan, quizás, como justificación... Que no he podido, que no puedo, aquí sola, enfrentarme a tanto. Voy poco a poco para no caer en el intento, y no siempre lo consigo. 
Me viene ahora a la vista y al oído aquel poema en Frontera Radio, aquellas cintas, aquellas letras, tus poesías. Recuerdo que decía algo así como Llegas como llega la primavera, y repetía mi nombre.  Él se fue en invierno, y está costando calentar el almita después de esto. Que hasta parece que no llega la primavera, que se fue. Llueve dentro y llueve fuera, hace frío. Y de repente, esto ya salió. Llevaba semanas aquí dentro. Poco a poco, con calma. 
Tito... Hasta el recuerdo, querido. 

lunes, 15 de noviembre de 2021

El càlid record d'Espurna

 

Desperta en aquell llit un matí més, un matí de cap de setmana més.

Des de fa ja alguns mesos, dormir allà, amb ell, és ja una rutina els caps de setmana. Fa uns mesos, només eren uns desconeguts, però avui, dissabte, torna a despertar amb ell.

Es desperta suau, amb el tacte de la seva mà cercant la seva cintura, despullada, tranquil·la, tendra. Encara no ha obert els ulls i ja se li marquen els clotets del somriure a les galtes.

Ell tampoc ha obert els ulls de moment, la seva mà la cerca com si sabés que els caps de setmana, primer, toca Espurna. Quan ha arribat a ella, amb tota la suavitat del món, l’acarona, agafa la seva cintura i l’apropa al seu cos. Tampoc li costa gaire, ja que el cos d’ella, només en sentir el reclam, es belluga lleuger per trobar el del seu company, Foc.

I així, sense obrir els ulls, amb la poca claror que entra per la finestra, els dos somriuen lleument, embolicats amb les seves cames entremaliades, el cap d’ella al pit d’ell, les mans d’ell a l’esquena d’ella, i al seu cul, i a les seves cuixes, acolorides. Ella és petita, es sent petita als seus braços i no és capaç de veure’s d’una altra manera, ja. Espurna sent immens a Foc. Tal vegada no sigui per tant; de fet, en coneix d’altres més grans. Però aquella sensació surt de qualsevol cosa viscuda, surt de qualsevol record i, a vegades s’atreveix a pensar que també d’aquelles imaginacions que durant tota la vida han estat tan seves, tan pròpies. Foc és immens en un altre sentit. És immens perquè la conté, la sosté, la fa volar, l’abraça més enllà del que es pot veure. Des de la primera abraçada, Espurna ja es va sentir part, encara que llavors, no ho era.

Avui es desperten junts, novament, com dic. Somriuen, potser dormiran una mica més. Ell, tímid i discret, es desperta ja erecte. L’abraça i ella nota també aquesta característica a la seva pell, al seu pubis aferrat al de l’home. Si és possible, ara somriu més. Dormiran, tal vegada un poc més, si no es comencen a tocar, acaronar, sentir... I acaben incendiant l’habitació. Novament. Dissabte matí. El somriure preciós del foc. El càlid record d’Espurna.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

PIEDRA CANELA

Eres el culmen de todas mis contradicciones. Eres la mujer que me enseñó a ser feminista. Sí, por contraste. Pero así lo hiciste. Te llevo tatuada en la piel como resultado de amarlo a él. Como resultado de tatuarlo en lo más profundo, también me quedé la herencia de cuidarte. Cuidarte ha sido,  y ojalá siga siendo, una de las mayores sorpresas de mi vida. Empecé a hacerlo con muchos prejuicios. 
Sobre mí misma, quiero decir. Jamás me pensé capaz de tantas cosas que hice contigo, una y otra vez, a diario, cada dos horas, cada quince minutos. También empezamos llenas de complejos, de miedos y de tristezas. Él se fue, tú te quedaste. Nosotras, claramente a tu lado. Siempre. Tú, claramente al nuestro. Entre nosotras, en mi casa, en mi ciudad, en mi isla. En la tuya. 

Hace días que estás brillando un poquito menos, mi querida mamá Juanita. Hace días que el rojo está tiñendo todas las pantallas de nuestro virtual universo. Tus sábanas, bonita. Tus sábanas, ahora rojas, como aquel vestido hundiéndose en las aguas cristalinas. Ofelia. Un olor que no saben describirme, yo a algunos kilómetros de ti, a pocos minutos, cerca. Tan tan cerca que no soy capaz de caminar estos días sin tu aliento, sin tu nombre. 

Aquí en Ibiza, cuando me preguntan qué me pasa -pues ya sabes que en mi cara se puede leer casi todo,  ¡tú lo sabes mejor que tantos!- explico en otro idioma que mi pradina está malita, que voy a ir a verla en breve y que... joder, que tengo miedo. Tanto tanto miedo.  De que te vayas sin haberme avisado antes. De que no me conozcas, que no sepas ver en mí lo que siempre me hiciste ser. Tengo miedo de no tener que volver a quejarme de dolores de espalda al levantarte. Miedo de no limpiar más cacas. Miedo, de no tener que bajar corriendo desde mi ático porque me llamaste gritando. Miedo, mamá Juana, tengo miedo de no volver  a jugar con tu pelo en la bañera -mamá Pumuki-. De no comprarte más botes de polvos de talco, ni toallitas, ni bragas de agujeritos. Tengo miedo de no cocinar más para ti, de no producir tus tuppers caseros cada vez que tengo que volver a trabajar a la isla vecina. De que no te enfades más conmigo porque te hago comer de todo. Tengo miedo de no volverte a oír gritar, miedo de que no me digas más que me quieres. Miedo de que no seas más tú. De que tus ganas al fin ganen y te mudes con él ahí arriba. Porque, aunque ya me acostumbré a que me hable desde allí... No quiero imaginar la vida también sin ti, sin abrazarte y sin que me abraces. 


Si él fue el pilar, la columna, los cimientos, el cielo azul y las flores de jazmín... Mamá Juana, tú eres la niña canela que enamoró al cielo. Eres todas las plantas que rodean al jazmín, la dama de noche, la hierbabuena, las uvas y hasta la vendimia. Sin ti, sin él... No somos. No soy. Y tengo miedo, querida Piedra Canela. 

martes, 15 de octubre de 2019

15/10/2019


Qué buen regalo de cumpleaños has tenido esta vez, Papá Andrés.
Ha llegado a verte -¡Y no es sólo una visita!- una de las personas que mejor te conocieron, una de las personas que estaba ya ahí cuando tú naciste. Y eso cada vez va a ser más y más difícil…
Por eso creo que tú mejor que nadie entenderás que mi carta de este año, no vaya dirigida sólo a ti, sino también a tu nuevo acompañante allá, tu hermano, el mayor. El tito Paco. El tito Paco de la Aleja.
Hace más o menos un año, yo salía llorosa y temblorosa de una iglesia muy urbana. Muy nuestra, pues no recuerdo muchas más iglesias en las que haya vivido tantas emociones. Yo salía, llorosa, emocionada, temblando y con un nudo gigante en la garganta después de haber leído una carta que escribí tal día como hoy, aunque hace ya tres años.
Iba sin mirar a los lados, sabía que mucha gente estaba esperando que me acercara, tal vez, o que les dirigiese una palabra, una caricia, algo que nos uniera más de lo que aquella pérdida había conseguido. Pero no podía, sólo podía mirar al frente, apretar los labios, tensarme entera y seguir adelante. Y de repente, una mano, me paró.
Una mano cogió la mía, y no pude hacer más que pararme, junto a ti, tito Paco.  Recuerdo perfectamente tu mirada en aquel momento, y tus palabras; qué regalo más bonito, hija, hay que ver qué palabras, qué manera.
Mis ojos dejaron salir todo lo que habían guardado hasta entonces. No pude decir nada más. Me tocaste la cara, tus ojos, mayores, se derretían también. Yo te vi a ti, papá Andrés en su cara. Le acaricié con el reverso de la mano, mis nudillos suaves pasearon por sus arrugas profundas. Y me pareció verte a ti. Y es que en parte te estaba viendo a ti. Todos erais muy parecidos, algunos casi iguales. Pero es que vosotros dos… Vosotros dos no os alejasteis nunca el uno del otro. Vuestras mujeres, tan diferentes, se amaron durante tantos años, que aún hoy existen reminiscencias de esa manera tan peculiar de diferenciarse.
Una era pizpireta, con el pelo rizado, blanco completo en el invierno de su vida. Siempre sonriente, siempre siempre cariñosa. En nuestras celebraciones, la primera en llegar. Con su olla de puchero, de berza, de lo que fuese. Con sus típicas frases y su manera acelerada de hablar. La de broncas sonrientes que era capaz de echarle a la otra… Estoy segura de que a pesar de todo, de todos los sinsabores que le regaló una época tan oscura, os habéis reencontrado envueltos en el amor de siempre, envueltos en alegres noticias de haber creado una familia tan numerosa -y cada vez más-, tan enraizada, tan familia.
La otra es, aún sigue siendo en la existencia. Pero era mucho más de lo que hoy nos muestra. Era todo lo contrario a la pizpireta que se alejó hace unos años. Ella era gruñona, con muchísimo carácter. Reñía a hijos y nietos por partes iguales, y a veces hasta a maridos. También rodeada siempre de ollas, en el otoño de su camino aceptaba encantada las comidas de su comadre. Cuántas veces tuvo que ayudarla de joven, cuántas lágrimas se secaron juntas, cuántas carcajadas les produjeron sus compartidas vidas íntimas… Eso sólo lo saben ellas. Y ella, que pide al cielo encontrarse ya con todas aquellas personas perdidas, y aún desde aquí le estiramos. Aún no, aún no. Qué dolor para ella quedarse todavía aquí, sintiendo todas las pérdidas en la piel, y en la memoria.
Queridos Papá Andrés y Tito Paco… Qué tristeza me da en los ojos saber que jamás volveré a escuchar vuestras enseñanzas del campo, de los animales o de tanto y tanto trabajar. Pero qué reconfortante saber que no sufrís… Y pensar, imaginar, creer con los ojos cerraditos que estáis juntos ya para siempre, que el tito Paco no tendrá que sufrir más pérdidas de hermanos.
Aunque me duela pensar que la última vez que te besé, tito, fue entre mezcla de nuestras lágrimas por la pérdida de él, también me enorgullece saber que llevo vuestra sangre, vuestro ímpetu, vuestro apellido. Y saberos íntegros, humildes, capaces de pedir perdón mil millones de veces si con eso la vida sigue en la familia. Ojalá vuelva a veros en sueños, en fotos, en vídeos, en imágenes… Ojalá pudiera volver a sentiros, aunque sólo fuese una vez más, en la piel. Feliz cumpleaños, papá Andrés. Adiós, tito Paco. 

Sois lo que habéis sido, y por eso sois tan grandes.

viernes, 4 de octubre de 2019

Carta del 4/10/2019

Querida mamá:
Hace mucho que no te escribo una carta. Tal vez desde mi adolescencia. Supongo que la Mary adolescente aún estaba en esa etapa del proceso en que debía escribir para poder expresar todo lo que sentía. Ahora no siempre es así. Puedo expresarme de muchas más maneras, y no nos causa problemas. Sin embargo hoy he decidido escribirte, mamá bonita. 
Porque a lo mejor son tantas cosas que las tengo agolpadas en la mente y en los dedos, y que no se quieren ir en un audio o en una llamada a través del Mediterráneo. 
Así que...
Mamá, eres una mujer increíble. Eres luchadora, eres grande en todo el sentido, fuerte, completamente inteligente. Las luchas que te ha tocado librar no son fáciles para cualquiera. Tu sufrimiento me araña la piel del alma, mamá. Me araña por dentro. Pero me consuela pensar en tus cualidades. Una lástima que haya tan pocas personas como tú. 
Siempre crecí, mirándote en la perfección, desde abajo, reconociendo tu olor cálido y floral desde la distancia, sabiendo desde bien joven de tu mejor arma; es la alegría. 
No existe el fracaso en tu lenguaje. Y así estás, agotando la perfección. Siendo madre, amiga, esposa, y ahora -por sobre todas las cosas, hija. 
Mamá, te deseo hoy mucha felicidad porque espero con el verde de mis ojos que la tristeza no se apodere de tu rostro, que dejes de sentir esa dolorosa presión en los riñones, que la vida deje de pesar tanto que te marea las cervicales. Pero te doy también la enhorabuena porque pocas personas llegan a los cincuenta y seis años siendo tan íntegras como tú, mereciendo tanto las sonrisas que tú misma nos causas. 

Te deseo por tanto, mona grande querida, toda la felicidad de este mundo. Y créeme que lucharé durante toda tu vida para conseguirlo.


Te quiero

jueves, 26 de septiembre de 2019

WelNa

Había una vez, en un lugar muy muy lejano, una pequeña chica que vivía en un árbol. 
Para llegar hasta su árbol, ese gran árbol que hacía las veces de hogar, había que caminar durante mucho tiempo, entre árboles, arbustos y demás variedades del bosque. Había un lugar, llegados a un punto del camino, en el que todo se transformaba. La luz sólo llegaba al suelo a través de las ramas de los frondosos árboles. La sonoridad del lugar era también muy peculiar, puesto que el aire silba entre las hojas copiosas del verde en el cielo. 
La chica vivía sola en su árbol majestuoso, pero en otros árboles cercanos había otros... Seres. Bueno, ¡vecinos!  ¡Compañeros! Ella conocía a unos cuantos. Al fondo vivía una pareja de sirenas de bosque, que son aquellas sirenas que deben ir moviéndose del azul al verde para no marchitar sus almas. Eran una pareja de sirenas algo convencional, aceptada por todas las sirenas. Pero parecían felices. 
Algo más cerca, habitaba un árbol un apuesto dinosaurio de melena dorada. Silbaba por otras pieles, tal vez, pero veía brillar de cerca el árbol de WelNa. 

Ella dedicaba sus horas a hacer jabones, tejer el cielo en colores y escuchar el sonidao de las hojas... en dos idiomas. No sabría decirte de qué especie era. Era pequeña, pero proporcionada. Tenía la boca más grande que las manos, sonreía tan ampliamente, que el bosque entero no podía sostenerla. Su pelo... Bueno, su pelo bien podía confundir nuestros sentidos, haciéndonos creer que es una de las más frondosas copas de encina. Su voz es mucho más grave de lo que imagináis, mucho más grave que ella misma, y las estrellas en sus manos terminan tejiendo luz. 
Quizás no es consciente. Del amor. Que desprende. 
Cuando recoge alto su cabello de ramas, no lo sabe, pero crea la primavera. Abre y cierra sus feroces ojos para enfadarse con el universo, pero cuando vuelve a pestañear.. El cielo responde sus súplicas enojadas... Y ha de caminar porque la luna le turba el suelo. Y el suelo mismo le agradece su camino, y descalza camina despacio, alegre en nuestras noches, en nuestros sueños. 

Y entonces... no tenemos más remedio que observarla, desde abajo, calladitos, sonrientes, embobados. En nosotros... En ella. 

domingo, 15 de septiembre de 2019

GRANIZOS DE PIEDRA

GRACIAS. 
Podría simplemente resumirlo todo en esa palabra. 
Te has ido como viviste, con buen gusto, con elegancia. Sin molestar a nadie y teniéndonos en cuenta a todos. Amando hasta el último segundo, regalándonos una última mirada. Amando hasta el último segundo.
Él es el hombre al que más parte de mí le pertenece. Sus enseñanzas me hicieron ser quien soy, lo tengo claro desde el primer sentimiento que me empujó a escribir con piedras en los dedos y llantos en el alma. Hoy, mi llanto pesa, mi río está lleno de lágrimas duras, triste, lleno de piedras. 
Papá Andrés, el tanatorio se llenó de piedras por ti. Hoy ya descansas para siempre, o no, sólo tú lo sabes, pero al menos, querido, no sufres más. 

Érase una vez un joven y apuesto hombre de ojos azules, tan azules, tan azules como el cielo. Un día, el hombre vio a una chiquilla de quince años. Una muchacha preciosa de tez morena y larga melena, una muchacha que cantaba y bailaba junto a su padre en los tabancos. ¡Y cómo cantaba! 
El hombre de cielo se enamoró de ella en el primer instante. Luchó tanto, con ese amor por bandera, que al poco tiempo la convirtió, con caricias y alegrías, en su mujer. Sonrisa perlada la de ella, orgullo inmenso el de él.
Muy poco tiempo después, la muchacha de tez canela se convertiría también en mujer, en madre de uno, dos, tres, cuatro... ¡y hasta siete hijos! Dos niñas y cinco niños. Vivieron felices en su campo labrado con sus incansables manos, amándose a contracorriente mientras proyectaban su casa, su familia y su legado; todo ello reflejado en aquellas piedras que tanto trabajaron. 
Todos sus hijos crecieron, algunos de ellos les regalaron nietos, todos brindaron una compañía y serenidad dignas del hombre cielo y la muchacha canela. Se amaron. Siete hijos y trece nietos, una bisnieta... El resultado final. Vivieron lo que la propia vida les propuso. Mallorca, campo, nietos, gallinas, hierbabuena... Las playas del Mediterráneo. 
El tiempo, implacable y agresivo inventó una enfermedad de fuego dentro del hombre cielo, y él luchó tanto tanto, que dejó sus sonrisas en ella. 
Por su parte, la señora de tez tostada fue consumiendo su alegría en tormentos, sufriendo siempre, a veces sin motivo, y fue apagando las felicidades con lágrimas y marchitándose lenta pero implacablemente. 
Se desvaneció. Miles de excavadoras arrebataron aquel deseo de construir el futuro, aquel anhelo de regalar la vida. Aquellas, nuestras, piedras. 
Cada día, aunque rodeado de cuidados, el hombre de cielo estaba más cansado... Aunque jamás contesto algo que no fuese "bien" a la pregunta "¿cómo estás?"-
Después de los casi ochenta  y cinco años de vida soleada, se nubló. El hombre de cielo dormía ruidosamente esperando que la muerte le separara de la vida...
Pero abrió los ojos. 
Cuando al fin tuvo a todos los suyos alrededor abrió los ojos, miró, dijo sin palabras, oyó, sintió... y se fue. 


Fue así como el hombre de cielo volvió allá donde sus ojos nacieron. Fue así como volvió a mostrarnos la vida en su totalidad, la muerte más dolorosa de todas nuestras vidas. Y empezó a llover, con muchísimo viento, con muchísimas lágrimas; llovía porque hasta el cielo debía mostrar su tristeza. En nuestras cabezas, en nuestros corazones llovían piedras a granizos y empequeñecíamos en abrazos multitudinarios.
Se fue el hombre de cielo.
El que nos enseñó a amar, no sólo a personas sino también a otros seres con el mismo, o más respeto. El que nos mostró que se ama también y sobre todo con la piel. y que nada importa si estamos juntos. 
También enseñó al mundo entero que el amor eterno, entero, el del respeto por las sonrisas y por las lágrimas del otro sí existe, y que se da, sin condición. 
La muchacha de tez canela se convirtió en su viejita acanelada, que llora y llora la muerte de su cielo, de su hombre, de su mar de apoyo. Viuda del cielo, a los ochenta y tantos años, pidiendo a quién sabe quién... ¿Por qué la dejas solita ahora?
Y así pasó una eternidad.
Él, amando con amor desde la nube más amorosa. Ella, amando con amargura desde su camita, ahora ya tan grande. 



Y sobre mí, esta noche sigue granizando piedras gigantes que me impiden respirar, que me obligan a respirar agua salada desde mis ojos de bosque. Porque fue el hombre cielo, el hombre de todas nuestras vidas. 


Adiós, Papá Andrés. 15-09-2018




Escrito en el tanatorio de Jerez de la Frontera. 

sábado, 14 de septiembre de 2019

Ángel

Querido Papá Andrés,
¡Qué gran día fue ayer!
Me picó una abeja en el talón,
de mantequilla,
entre tus brazos.

Yo llorando, y tú gritando,
entre risas
-Juaniiiii,
esta niña
esta niña está hecha de
mantequilla.

Fuimos a la playa
a 'Pollenca', la del barquito.
Tu bañador azul
aguantando tirones,
dos nietos,
y una nieta.
Yo.


Reímos y tú te enfadaste
Una broma con tomates.
Qué risa, Papá Andrés,
qué risa!!
-Eso no se hace,
monina.


La soga al cuello
en un momento amargo,
piedras en lágrimas,
ojos pesados,
enfermedades...
El principio,
No el final!

Nos hemos querido,
ayer,
todo ayer
mucho tiempo, ayer.


Tus ojos azules en mis gafitas,
intentando
-y consiguiendo-
otra estrategia perfecta
en nuestras partidas
de dominó.


Ya verás cuando yo tenga
por el mango
la sartén, papá Andrés.
Antonio Molina sonando en
la radio,
de tu hijo.


Hace tanto, de ayer...

Que desde hace un año, no eres ya mi abuelo, papá Andrés.


Desde hace un año, eres

Mi ángel.


Gracias siempre, y todavía.


viernes, 13 de septiembre de 2019

¿Viernes?

Soñaba con ese movimiento desde hacía meses. Todos los meses que habían pasado desde que hizo el movimiento contrario. 
Quería deshacer el camino. Desandarse. Y había llegado el momento. Emprendió, sin embargo, un andar diferente. Le llevaba al mismo lugar. O no, tal vez no. Era el mismo lugar, pero había cambiado. Estaba envuelto en un hado diferente, en un hado de... locura, de especulación, de... Lluvia. Casas que están en la montaña. La playa al frente. Y yo. Aquí. Andando en lugar de desandando, a la misma isla perdida, amada, blanca, soñada. La isla bonita. Que siempre trae y también se lleva. 
Te permite, pero a la vez no. 
Y así, a pesar de que soñaba con el movimiento desde hacía meses, se me antojó de muchas maneras en la piel. 
Sentí añoranza. De relaciones que tracé en la gran isla, la Roqueta mayor, mi hogar. De personas que me cuidan; algunos silban por los pasillos de mi piel, otros vuelan en los recovecos de mis noches estrelladas, y hasta algunas roban sonrisas en camas inventadas. 
También se apoderó de mí la culpabilidad. De personas que se han convertido en completamente mías, en dependientes, en pequeñas mamás que casi son pequeñas hijas, en algún momento adultas, poderosas mujeres que mandaban, hacían y deshacían a su antojo. La tristeza acompaña de manera serena esta culpabilidad. 
Sentí Pena, de un sábado que hace un año fue viernes, de un miércoles que fue martes, de mis dos árboles, que fueron en mi piel y desaparecieron de la tierra. Y de estas fechas, sola, bajo la tormenta. 
La ilusión me hizo presa de una manera brutal, astuta, necesaria. Me trae el recuerdo de la vocación, la memoria de las aulas, las ganas de seguir, de empezar, de estar, y sobre todo de ser. 
Algo de miedo, pero eso es tan necesario... Nada contingente. 
Tantas y tantas emociones se agolpaban en mis intestinos, en mis pestañas, también bajo mis ojos. Tantos sentimientos, contrarios, amables o no. La piel erizada. Mis fieles compañeros peludos junto a mí. O esperándome en jaulas hechas del mar. Tranquilos, estamos juntos. 
Y el escenario principal siempre TOO MUCH, siempre una humanidad de plástico, en una naturaleza real. Esta vez lluvia que empapa los cristales del coche de un padre que, aunque gruñón de naturaleza, padre generoso. Lluvia que moja sobre mojado, que desafía los límites de mi conducción, de la conexión gps que me lleva a mi nuevo trabajo... y hasta de mi pobre puntualidad. 

Pero estoy serena. Me ayudo a ello, me fascino y me cumplo las expectativas, o lo intento sin demasiada presión. Saco de mi teléfono a niñas preciosas que no saben quererme bien, y mi corazón intenso sigue trabajando para mí. Es la hora. Dos personas gigantes me ayudan aquí, me dejan el espacio, la calma y su hogar. La bondad existe, en ellos. 
Seguimos en el viaje. Andando de nuevo, aprendiendo siempre, con la luna llena dándome la cara, de nuevo. 

sábado, 7 de septiembre de 2019

Tú eres él.

Querida abuela,
Ayer hizo un año de tu partida.
No puedo decir
que te fueras rápido,
pero sí
demasiado ¿pronto?

96 vueltas diste al sol.
Viviste, sonreíste.
Trabajaste, siendo una de las primeras
en poder hacerlo.
Te enamoraste,
estoy segura de ello.

Fuiste madre, hermana,
esposa, abuela.
Abuela, querida.
Qué poco te conocí,
y qué presente te tuve,
te tengo,
te tendré.

Cada día te siento
en la mirada de tu hijo.
Tu hijo.
Mi padre.

Mi padre,
que aún sigue siendo
un apéndice de ti.
Cumplió 67 años,
aferrado a la idea de
reencontrarte
tal vez,
en las calles de Jerez.

Mi padre,
triunfo del tiempo,
mi padre,
tu hijo mayor.
Mi padre, que
jamás superó la muerte del suyo,

Aprendió a vivir sin él,
con el alma entre los dedos,
con la cara mojada
en cada recuerdo.
Ahora, imagina
lo que es,
vivir
sin ti.


Tú. Eres él.